viernes, 26 de septiembre de 2014

Cadena de favores...



El mundo no es exactamente... una mierda. Alguna gente está acostumbrada a las cosas como están... y aunque estén mal, no pueden cambiar.Y digamos que se rinden...Y cuando se rinden...todos pierden. Aunque supongo que es duro para aquellos, acostumbrados a que las cosas sean como son, aunque sean malas, y, no quieren cambiarlas, se dan por vencidos, y, entonces se sienten como perdidos.
Es difícil, no se puede planear,hay que cuidar más de la gente, hay que amar a las personas, protegerlas porque no siempre ven lo que necesitan.

Es una gran oportunidad de arreglar algo que no sea tu bici...Se puede arreglar una persona...

jueves, 25 de septiembre de 2014

Caso Jokin, que no quede en el olvido...



Suceso:
Con la frase «Libre, oh, libre. Mis ojos seguirán aunque paren mis pies» Jokin se despedía del mundo, no aguantaba más la situación que vivía día tras día. La madrugada del 21 de septiembre cogió su bici y salió de casa. Encontraron su cuerpo a los pies de la muralla de Hondarribia 12 horas después.
El joven era un adolescente introvertido, aficionado a la informática y a Internet. Era buen estudiante, pero el instituto se había convertido en un infierno para él. A los pocos días del comienzo del nuevo curso la dirección del centro avisó a los padres de Jokin de que estaba faltando a clase.
Tras la vuelta de las vacaciones las burlas y vejaciones, que ya había recibido en el instituto el curso pasado se transformaron en maltratos y palizas. El ensañamiento vino después de que en verano, durante unos campamentos algunos chavales del centro fueran sorprendidos por un monitor fumando porros. A pesar de que Jokin también fue castigado, los compañeros le acusaron de 'chivato'.

Una profesora implicada:
La familia de Jokin denunció que una de las profesoras del joven participó en los actos vejatorios que sufría. Según estas fuentes las humillaciones de las que era objeto comenzaron un año antes del suicido, después de que el joven se hiciera sus necesidades encima. Varios alumnos de su instituto decidieron "celebrar" este aniversario "arrojando en el aula un montón de rollos de papel higiénico".
Las mismas fuentes lamentaron que ante esa situación una de las profesoras decidiera "dar una nueva vuelta de tuerca" a las vejaciones y humillaciones que sufría el adolescente y le obligara a "recoger todos los rollos de papel higiénico que habían lanzado sus compañeros".

La clave, la autopsia:
Respecto a los resultados de la autopsia practicada al cadáver del menor, quien fue víctima de varias palizas días antes de su muerte, las fuentes explicaron que se ha confirmado la existencia de distintos edemas en varias zonas del cuerpo del joven, que la necropsia ha datado en ocho o diez días antes del fallecimiento.

Las condenas:
La Sección Primera de la Audiencia guipuzcoana condenó en mayo de 2005 a los ocho acusados, siete chicos y una chica, a 18 meses de libertad vigilada cada uno por un delito contra la integridad moral.
La Audiencia consideró que, además del delito contra la integridad moral que estableció la sentencia de primera instancia, los siete chicos cometieron también un delito contra la salud psíquica de Jokin, motivo en el que se fundamentó el incremento de la pena.
La nueva sentencia establecía que los menores cumplirían una pena de dos años de internamiento en "régimen abierto". Esto significaba que el primer año residirán en el centro educativo como domicilio habitual y el segundo disfrutarían de una situación de libertad vigilada.
En el caso de la chica, el tribunal aceptó el recurso de su defensa y sustituyó la medida de 18 meses de libertad vigilada por la de dos fines de semana de permanencia en un centro educativo por una falta de maltrato de obra.

miércoles, 24 de septiembre de 2014

Ser diferente...


Una vez, un hombre bastante anciano se acercó a un joven que estaba en soledad, éste le preguntó por su estado de ánimo, el joven respondió que sus compañeros le habían excluido del grupo, ya no le hacían caso y no le hablaban por la simple razón de ser "diferente".

El anciano le respondió que ser diferente es un premio, ser como los demás es aburrido.

"Piensa que el viento está creado para ti, no todo es justo, no todo dura para siempre, si crees en algo, inténtalo y lo conseguirás..."

martes, 23 de septiembre de 2014

Érase una vez...


Un Reino muy muy lejano y muy muy feliz...hasta que un día apareció un Dragón volando, cogió a la bella Princesa y sin que su Escudero pudiera hacer nada para salvarla, se la llevó a su cueva.
Lo primero que pensó el Rey fue ir él mismo detrás de la Princesa, pero se dió cuenta de que si el Dragón se lo comía nadie podría reinar y sería un verdadero desastre.
Entonces buscó a los Soldados de la Guardia Real, pero el Rey se echó atrás porque si el Dragón los vencía, nadie podría proteger el Reino.

-¡El Cocinero Real me ayudará!, se dijo el Rey-No no no, tampoco el podría hacer nada por mí, porque si el dragón se lo come, en el Reino todos morirán de hambre...¿Y los Bufones de la corte?...pero tampoco ellos podrían ayudarme, porque si el Dragón los devoraba nadie volvería a reír nunca en Palacio.

Y cuando más triste estaba el Rey pensando que nadie en todo el reino podría salvar a su hija...se abrió la puerta de palacio y...aparecieron la Princesa y el Dragón de la mano...
Se había hecho muy buenos amigos, y el Rey se dió cuenta de que no hacía fata ningun Héroe para matar al Dragón, porque el Dragón solo buscaba alguien con quien hablar, y desde ese día, el Dragón vivió en Palacio y...Fueron Felices y comieron Perdices...
Y Colorín Colorado...Este Cuento se ha acabado...

martes, 9 de septiembre de 2014

El verdadero valor del anillo...


Un joven concurrió a un sabio en busca de ayuda.

- Vengo, maestro, porque me siento tan poca cosa que no tengo fuerzas para hacer nada. Me dicen que no sirvo, que no hago nada bien, que soy torpe y bastante tonto. ¿Cómo puedo mejorar maestro?. ¿Qué puedo hacer para que me valoren más?
El maestro, sin mirarlo, le dijo:
- ¡Cuánto lo siento muchacho, no puedo ayudarte, debo resolver primero mis propios problemas. Quizás después... Si quisieras ayudarme tú a mí, yo podría resolver este tema con más rapidez y después tal vez te pueda ayudar.

- E... encantado, maestro -titubeó el joven pero sintió que otra vez era desvalorizado y sus necesidades postergadas-.
- Bien -asintió el maestro-. Se quitó un anillo que llevaba en el dedo pequeño de la mano izquierda y dándoselo al muchacho agregó: Toma el caballo que está allí afuera y cabalga hasta el mercado. Debo vender este anillo para pagar una deuda. Es necesario que obtengas por él la mayor suma posible, pero no aceptes menos de una moneda de oro. Vete y regresa con esa moneda lo más rápido que puedas.

El joven tomó el anillo y partió. Apenas llegó, empezó a ofrecer el anillo a los mercaderes. Estos lo miraban con algún interés hasta que el joven decía lo que pretendía por el anillo. Cuando el joven mencionaba la moneda de oro, algunos reían, otros le daban vuelta la cara y sólo un viejito fue tan amable como para tomarse la molestia de explicarle que una moneda de oro era muy valiosa para entregarla a cambio de un anillo.
En afán de ayudar, alguien le ofreció una moneda de plata y un cacharro de cobre, pero el joven tenía instrucciones de no aceptar menos de una moneda de oro, así que rechazó la oferta.
Después de ofrecer su joya a toda persona que se cruzaba en el mercado -más de cien personas- y abatido por su fracaso, montó su caballo y regresó.
¡Cuánto hubiese deseado el joven tener él mismo esa moneda de oro! Podría habérsela entregado al maestro para liberarlo de su preocupación y recibir entonces su consejo y su ayuda.

- Maestro -dijo- lo siento, no es posible conseguir lo que me pediste. Quizás pudiera conseguir 2 ó 3 monedas de plata, pero no creo que yo pueda engañar a nadie respecto del verdadero valor del anillo.
- ¡Qué importante lo que dijiste, joven amigo! -contestó sonriente el maestro-. Debemos saber primero el verdadero valor del anillo. Vuelve a montar y vete al joyero. ¿Quién mejor que él para saberlo?. Dile que quisieras vender el anillo y pregúntale cuánto da por él. Pero no importa lo que ofrezca, no se lo vendas. Vuelve aquí con mi anillo.

El joven volvió a cabalgar. El joyero examinó el anillo a la luz del candil, lo miró con su lupa, lo pesó y luego le dijo:

- Dile al maestro, muchacho, que si lo quiere vender ya, no puedo darle más que 58 monedas de oro por su anillo.
- ¿¿¿¿58 monedas???? -exclamó el joven-.
- Sí, -replicó el joyero-. Yo sé que con tiempo podríamos obtener por él cerca de 70 monedas, pero no sé... Si la venta es urgente...

El joven corrió emocionado a casa del maestro a contarle lo sucedido.

- Siéntate -dijo el maestro después de escucharlo-. Tú eres como este anillo: una joya única y valiosa. Y como tal, sólo puede evaluarte verdaderamente un experto. ¿Qué haces por la vida pretendiendo 
que cualquiera descubra tu verdadero valor?

Y diciendo esto, volvió a ponerse el anillo en el dedo pequeño de su mano izquierda.

lunes, 8 de septiembre de 2014

Y tú...¿Quién eres?


Una mujer estaba agonizando. De pronto tuvo la sensación de que era llevada al cielo y presentada ante el Tribunal.
-¿Quién eres?- dijo una voz.
-Soy la mujer del alcalde- respondió ella.
-Te he preguntado quién eres, no con quién estás casada.
-Soy la madre de cuatro hijos.
-Te he preguntado quién eres, no cuál es tu profesión.
Y así sucesivamente. Respondiera lo que respondiera, no parecía dar una respuesta satisfactoria a la pregunta.
-¿Quién eres?
-Soy una cristiana.
-Te he preguntado quién eres, no cuál es tu religión.
-Soy una persona que iba todos los días a la iglesia y ayudaba a los pobres y necesitados.
-Te he preguntado quién eres, no qué hacías.
Evidentemente, no consiguió pasar el examen, por lo que fue enviada de nuevo a la Tierra. Cuando se recuperó de su enfermedad, tomó la determinación de averiguar quién era. Y todo fue diferente...Y tú...¿Quién eres?

domingo, 7 de septiembre de 2014

El elefante encadenado...


Cuando yo era chico me encantaban los circos y lo que más me gustaba de los circos eran los animales. También a mí, como a otros, después me enteré que me llamaba la atención el elefante.

Durante la función la enorme bestia hacia despliegue de su peso, tamaño y fuerza descomunal...pero después de su actuación y hasta un rato antes de volver al escenario, el elefante quedaba sujeto solamente por una cadena que aprisionaba una de sus patas a una pequeña estaca clavada en el suelo.


Sin embargo, la estaca era solo un minúsculo pedazo de madera apenas enterrado unos centímetros en la tierra. Y aunque la cadena era gruesa y poderosa me parecía obvio que ese animal capaz de arrancar un árbol de cuajo con su propia fuerza, podría con facilidad arrancar la estaca y huir.


El misterio es evidente : ¿ Qué lo mantiene entonces ? ¿Por qué no huye?


Cuando tenía cinco o seis años yo todavía confiaba en la sabiduría de los grandes. Pregunté entonces a algún maestro, a algún padre o a algún tío por el misterio del elefante. Alguno de ellos me explicó que el elefante no se escapaba porque estaba amaestrado. Hice entonces la pregunta obvia :
Si está amaestrado ¿Por qué lo encadenan? No recuerdo haber recibido ninguna respuesta coherente.


Con el tiempo me olvidé del misterio del elefante y la estaca...y sólo lo recordaba cuando me encontraba con otros que también se habían hecho la misma pregunta.

Hace algunos años descubrí que por suerte para mí alguien había sido lo bastante sabio como para encontrar la respuesta : EL ELEFANTE DEL CIRCO NO ESCAPA PORQUE HA ESTADO ATADO A UNA ESTACA PARECIDA DESDE QUE ERA MUY, MUY PEQUEÑO.


Cerré los ojos y me imaginé al pequeño recién nacido sujeto a la estaca.
Estoy seguro de que en aquel momento el elefantito empujó, tiró y sudó tratando de soltarse. Y a pesar de todo su esfuerzo no pudo. La estaca era ciertamente muy fuerte para él. Juraría que se durmió agotado y que al día siguiente volvió a probar y también al otro y al que le seguía....Hasta que un día, un terrible día para su historia, el animal aceptó su impotencia y se resignó a su destino. Este elefante enorme y poderoso, que vemos en el circo, no escapa porque cree - pobre - que NO PUEDE.


El tiene el registro y recuerdo de su impotencia, de aquella impotencia que sintió poco después de nacer. Y lo peor es que jamás se ha vuelto a cuestionar seriamente ese registro. Jamás...jamás....intentó poner a prueba su fuerza otra vez...

sábado, 6 de septiembre de 2014

Un niño y un perrito. Una historia para no olvidar...


El dueño de una tienda, colocó en el exterior un anuncio en la puerta que decía:
" Cachorritos en venta ".
Esa clase de anuncios siempre atraen a los niños, y de pronto un niño de 10 años entró en la tienda y le preguntó por su precio.
El dueño le dijo que cada uno costaba 35 euros.
El niño metió la mano en su bolsillo y sacó unas monedas, sólo tenía 5 euros.
El hombre sonrió y silbó. De la trastienda salió una perra corriendo seguida por cinco perritos. Uno de ellos, se quedó considerablemente atrás. El niño inmediatamente señaló al perrito rezagado que cojeaba, y quiso saber el motivo.
El señor le explicó que cuando el cachorro nació, el veterinario le dijo que tenía la cadera defectuosa y que no podría caminar bien por el resto de su vida.
El muchachito se emocionó mucho y manifestó un enorme deseo de poseerlo.

-"Ese perrito es el que yo quiero comprar"-le dijo al dueño.
Viendo la actitud decidida del muchacho , le contestó:
-"No, ese cachorro no te lo puedo vender, pero si lo deseas de verdad te lo regalo".
No le gustó al niño esa respuesta y mirando a los ojos del hombre le dijo:
-"Yo no quiero que usted me lo regale. Su valor es igual al de los otros perritos. Yo le pagaré el precio completo. Por lo tanto yo le daré mis 5 euros y el resto se lo iré aportando cada mes, hasta que le haya pagado los 35 euros."

El hombre, contestó:

-"Ese perrito realmente no te gustará hijo, nunca será capaz de correr, saltar, jugar, como los demás".
El niñito se inclinó , se subió el pantalón a la altura de la rodilla izquierda y le mostró su pierna ortopédica al tiempo que le decía:
-"Bueno yo no puedo correr muy bien tampoco, y ese perrito necesitará a alguien que lo quiera y comprenda a pesar de sus limitaciones".

El señor se mordió los labios, avergonzado agachó la cabeza y con los ojos llenos de lágrimas le dijo: -"Hijo, sólo espero y rezo para que cada uno de estos cachorritos tenga un dueño como tú"

viernes, 5 de septiembre de 2014

Papi...¿Cuánto ganas por hora?


-¿Papi cuánto ganas por hora ?

Con voz tímida y ojos de admiración un pequeño recibía a su padre al término de una jornada de trabajo.

Su padre dirigió una gesto al niño y repuso.

-Mira hijo, esos informes ni tu madre los conoce. No me molestes que estoy cansado.
-Pero papi-Insistió-Dime por favor... ¿Cuánto ganas por hora?

La reacción del padre fue menos severa. Pero solo contestó:

-10€ la hora.
-¡Papi!...¿Me prestas 5€?-Preguntó el pequeño.

El padre montó en cólera y tratando con brusquedad al pequeño le dijo.

-¿Así que esta es la razón de saber cuanto gano? Vete a dormir y no molestes muchacho aprovechado.

Había caído la noche. El padre, había meditado lo sucedido y se sentía culpable. Tal vez su hijo quería comprar algo. En fin, queriendo descargar su cargo de conciencia, se asomó al cuarto de sus hijo.

-¿Duermes hijo? -preguntó el padre.
-Dime papi-Contestó entre sus sueños.
-Aquí tienes el dinero que me pediste- respondió el padre.
-Gracias papi-Contestó el pequeño, y metiendo la manita debajo de la almohada, sacó otro billete-Ahora ya completé, tengo 10 €, ¿Me podrías vender una hora de tu tiempo papito? Preguntó el niño.....

jueves, 4 de septiembre de 2014

El buitre, el murciélago y la abeja...


Si pones un buitre en un cajón que mida 2 metros por 2 metros y que esté completamente abierto por la parte superior, esta ave, a pesar de su habilidad para volar, será un prisionero absoluto. La razón es que el buitre siempre comienza un vuelo desde el suelo con una carrera de 3 a 4 metros. Sin espacio para correr, como es su habito, ni siquiera intentará volar sino que quedará prisionero de por vida en una pequeña cárcel sin techo..

El murciélago ordinario vuela por todos lados durante la noche. Una criatura sumamente hábil en el aire, no puede elevarse desde un lugar a nivel del suelo. Si se le coloca en el suelo en un lugar plano, todo lo que puede hacer es arrastrase indefenso y, sin duda, dolorosamente, hasta que alcanza algún sitio ligeramente elevado del cual se pueda lanzar a si mismo hacia el aire. Entonces, inmediatamente despega rápidamente. 

La abeja, al ser depositada en un recipiente abierto, permanecerá allí hasta que muera, a menos que sea sacada de allí. Nunca ve la posibilidad de escapar que existe por arriba de ella, sin embargo persiste tratando de encontrar alguna forma de escape por los laterales cercanos al fondo... Seguirá buscando una salida donde no existe ninguna, hasta que completamente se destruye a si misma. 

Las personas, en muchas formas, somos como el buitre, el murciélago y la abeja. Lidiamos con nuestros problemas y frustraciones, sin nunca darnos cuenta que todo lo que tenemos que hacer es mirar hacia arriba... Esa es la respuesta, la ruta de escape y la solución a cualquier problema. 

¡Sólo mira hacia arriba!

La tristeza mira hacia atrás, la preocupación mira hacia alrededor, ¡pero la esperanza mira hacia arriba!

miércoles, 3 de septiembre de 2014

Regalos de papel...


Ahora que diciembre regresa, me es sano recordarte, Benjamín López Rey.

Antes de 1968, incluso ese año, su madre eligió y compró cada uno de los regalos que Benjamín, a regañadientes, entregó como propios en las Navidades, cumpleaños y distintas celebraciones en las que el protocolo exigía un presente. No era que no quisiese a las personas a quienes se los daba, ni tampoco que fuese egoísta. Sentía envidia de los regalos.

Se esforzaba por ocultar aquel enfado para no parecer un niño ridículo, pero le era imposible evitarlo. Tenía un rostro sincero. Entre todos sus motivos, lo que más le dolía era que sus primos y amigos no corriesen entusiasmados a recibirlo a él, sino al dichoso regalo. Y el que se comportasen igual con el resto de invitados le indignaba de la misma manera.

Cuando él pudo decidir qué regalar, apaciguó su malestar en parte. Las personas de su entorno perdieron el entusiasmo por lo que él pudiese darles, pero la expectación al romper el papel fue creciendo. En la adolescencia, a Benjamín le dio por no quedarse con ningún obsequio. Esperaba la fecha de cumpleaños de quien se lo había dado y, manteniendo la envoltura original, se lo devolvía con espontánea naturalidad. Quería desprestigiar el objeto, no el acto. Pese a ello, no dejó de ser un desatino que debido a la repetición fue prácticamente ignorado. En las Navidades, sus regalos se abrían primero para que los posteriores borrasen los sinsabores que aquellos provocaban.

Benjamín pensaba constantemente al respecto. Apreciaba el gesto de dar, pero aborrecía el exagerado protagonismo que adquirían los objetos. Además, detestaba los agradecimientos tras ver qué había debajo del papel, donde la alegría se ampliaba o contraía de acuerdo al valor del presente. Tampoco entendía por qué era necesario darle forma física a un sentimiento. Dudaba. Sabía que lo querían. ¿Cuánto más si llevaba algo? Deseaba encontrar a alguien que no alterase, en lo más mínimo, las demostraciones de amor hacia él ante la presencia de un obsequio.

Sus padres contrataron a un psicólogo para evitar que la inquietud de su hijo degenerase. Escarbaron hasta llegar a los niños que no corrían a recibirlo a él.

Cuando realizó prácticas en una empresa de eventos, Benjamín comenzó a regalar, tanto a los amigos que cumplían años como a los recién casados, cuanta chuchería de merchandising cayó en sus manos: llaveros, sudaderas, lápices, gorras. Y el que marcó un hito, entre los colegas de la oficina, fue el que le dio al gerente general por su quincuagésimo cumpleaños: un manojo de folletos con ofertas del supermercado que había recolectado en su buzón.

A la gente de su entorno siempre le costó entender cómo una persona, que despreciaba los obsequios, fuese tan meticulosa para seleccionar la envoltura. Bajo el árbol de Navidad, destacaban sobremanera los regalos que él hacía. Era habitual escuchar expresiones de halago tales como: ¡Ese papel me encanta! ¡Qué elegante! ¡Es perfecto para mí! ¡Precioso!

Tras obtener un trabajo estable, se independizó del hogar de sus padres y descubrió el potencial de la cocina. Sus amigos y parientes comenzaron a recibir presentes muy variados: conservas de atún, menestras, doscientos gramos de jamón del país, una lechuga, restos de panetón, un yogur a punto de caducar, arroz ya cocinado… y la lista continuó.

Sus amigos, repentinamente, dejaron de invitarlo a las celebraciones. En realidad, no fue una decisión que tomaron de un día a otro, pero optaron por hacerlo al unísono para evitar que Benjamín centrara su resentimiento en uno de ellos. En el caso de sus parientes, el rechazo se produjo de forma paulatina, indistintamente del grado de parentesco.

Alejado de su pasado, López Rey deambuló. Supusieron que había perdido el poco juicio que le quedaba. Iba por las calles con la mano envuelta en papel de regalo. Debajo de éste, un dedo con una carita pintada esperaba el momento para obsequiar una historia.

El 27 de diciembre de 2001, sus familiares y amigos de infancia y juventud recibieron la misma invitación, pero con sobres distintos, diseñados con papel de regalo, a juego con el gusto de cada quien. Era la invitación al entierro de Benjamín López Rey, que él mismo había organizado. El ataúd estaba envuelto en un papel hermoso. En la lápida, con forma de tarjeta, se leía: De Benjamín Para quien salga a recibirme sólo a mí.

martes, 2 de septiembre de 2014

El coleccionista de sonrisas...


El 26 de agosto de 1990, en la segunda página del ‘The New York Times’, se publicó la fotografía de un atentado producido durante la invasión de Irak a Kuwait. A pocos metros de los cadáveres de un par de civiles, una niña miraba lo que parecía ser una muñeca, mientras que el artículo correspondiente mencionaba a 18 kuwaitíes exiliados, que recordaban a sus más de 500 compatriotas muertos. Y si bien existía una relación entre el texto y la imagen, el rostro de la niña hablaba de otra historia, que no tenía nada que ver con los personajes retratados. Era como si ella hubiese acabado de sonreír hacía un segundo.
Albert O’remor no era corresponsal de guerra, pero a su representante le fue sencillo contactar con el ‘Times’ y venderle los derechos de la fotografía, porque O’remor gozaba de cierto prestigio en el ámbito artístico neoyorquino. Aunque prestigio no es el término más adecuado para definir su posición en ese gremio. Prácticamente no se hablaba de la calidad de su trabajo, sino del tema recurrente que siempre abordó en sus obras, derivando las conversaciones hacia los posibles orígenes de su obsesión, donde las opiniones eran encontradas e iban de lo dramático a lo sublime, pasando incluso por la burla. En lo que sí estaban todos de acuerdo era en que su ‘enfermedad’ era degenerativa. Si no fuese así, por qué otra razón viajó a Kuwait a retratar a esa niña, por qué necesitaba situaciones cada vez más dolorosas para capturar una sonrisa.
Albert O’remor, de madre danesa y padre irlandés, nació en Baltimore, Estados Unidos, en 1958. Ya a sus cuatro años, Albert comenzó a manifestar una especial atracción por las sonrisas ajenas y, con el tiempo, pasó a convertirse en una profunda fascinación, despertando un incontrolable deseo por coleccionarlas. En su octavo cumpleaños, le obsequiaron una ‘Instamatic 133 de Kodak’. Como era de suponer, al comienzo, cualquier sonrisa le valía, mas ese comienzo fue muy breve, porque el mismo día en el que le regalaron la cámara, agotó el carrete con los rostros de los invitados que posaron para él y no pudo ver las imágenes hasta tres semanas después, cuando consiguió ahorrar lo suficiente para revelar los negativos.
Tras esa primera experiencia, se dedicó a sorprender a sus familiares con la intención de obtener sonrisas espontáneas. Los flashes provenían de debajo de una cama, del asiento posterior del coche, de entre las ramas, del armario y de cuanto lugar le sirviese para su cometido. Una vez completado su décimo álbum, volvió a cuestionarse, optando por  incluir a desconocidos. Así lo hizo durante más de una década.
A pesar de aparentar ser un dato irrelevante, antes de proseguir, me gustaría destacar una de las series que formó parte de este período, compuesta por las sonrisas de una hippie que mostraban las distintas variaciones de la expresión con respecto al tipo de droga que ella había consumido. Esta serie —no en ese momento, pero sí cuando reflexionó al respecto— ocasionó que O’remor hiciese una pausa prolongada. Los siguientes dos años no tomó ninguna fotografía, los empleó en clasificar las 16,478 que ya tenía. Fue consciente de que una sonrisa al despertar tenía distintos matices que una al acostarse, que la de su hermano menor era distinta cuando veía a su madre que cuando veía a su padre, que la de su abuelo variaba en el día y no con la edad, que una sonrisa no era más bella por el rostro sino por la sinceridad y que, sin excepción, todos teníamos la capacidad para mostrarla. En ese punto tuvo dos sensaciones. Su colección era bella; sin embargo, no era tan especial. Cualquiera podría tener una como la suya, simplemente era una cuestión de tiempo y dedicación. Se quedó en blanco tres años más.
En 1984, volvió a coger la cámara bajo la siguiente premisa: “Todos podemos sonreír, pero no todos somos iguales”. Se puso a fotografiar a personas famosas. Le duró una semana. Las revistas de un quiosco contenían más de las que él podría conseguir en toda su vida. Se sintió estúpido por haber planteado una premisa tan vulgar. Lanzó otra: “Todos podemos sonreír, pero a unos les cuesta más”. Con el ánimo renovado, retrató a mendigos, minusválidos, a payasos sin disfraz, soldados de guardia y a cuanto estereotipo se le cruzó por la mente. Se dio cuenta de que no era tanto un asunto de personas… y se atrevió a lanzar una tercera: “Todos podemos sonreír, pero hay momentos en que nos es casi imposible hacerlo, porque no nos nace o nos lo prohibimos”.
Albert pasaba las mañanas observando los entierros y, en las noches, hacía guardia en la sección de urgencias de los hospitales. Una que otra vez, para variar la rutina, se asomaba a los incendios y a otras desgracias ocasionales, conducta que fue muy criticada tanto por algunas instituciones sociales como por la mayoría de los artistas neoyorquinos. No obstante, O’ sostenía, de cara a sí mismo, que una sonrisa, en un momento de tragedia, evitaba que se destrozasen fibras emocionales profundas. Para valorar mejor su perspectiva, es necesario enfatizar que a él le deslumbraban las sonrisas y no las risas (ya sean con gracia o histéricas).
Unos meses antes de que Irak invadiera Kuwait, Albert O’remor se había instalado en Oriente Medio. Quería saber cómo eran las sonrisas de las personas que vivían en una tragedia constante. Sin duda, su fascinación lo colmó. Eso explica que el día en el que retrató a la niña del ‘Times’, cuando se produjo la explosión seguida de un tiroteo, en lugar de correr, le regaló la muñeca a la niña, para fotografiarla. En medio de esa sesión, una bala lo alcanzó. La pequeña dejó la muñeca y cogió la cámara.
Tras su muerte, se realizó la primera exposición sobre su trabajo. La galería Leo Castelli presentó la “Smile’s Collection”, incluyendo la foto que tomó la niña kuwaití, la única en la que aparecía Albert O’remor.

lunes, 1 de septiembre de 2014

Diario de una canción...


“Esta mañana arrojé el diario contra la pared. No estoy segura de por qué lo hice. Antes pensaba que los periódicos se centraban en las tragedias, pero ahora sé que lo único que les atrae es la violencia, que la muerte sin ella no interesa, por más que sea colectiva y te deje sola, que es la tragedia más grande que hay”. Así comenzaba el diario personal de Eriel, el que durante una década estuvo a la venta en una feria callejera de objetos usados, el que nadie compró al ojear sus primeras páginas y el que hace dos semanas fue adquirido por el Reina Sofía al conocer el contenido de todas las demás.
 
Cabe puntualizar que las notas no eran registradas con fechas, pero dicho documento adquiere la categoría de diario, y no de libro de apuntes, porque Eriel, cada vez que escribía, señalaba si era un lunes, jueves o sábado; envolviendo una historia lineal en una secuencia circular de días de la semana. Sin embargo, por los datos registrados y las averiguaciones realizadas por la actual institución propietaria, se estima que las vivencias descritas transcurrieron entre 1974 y 1979.
 
Un viernes en el que Eriel cayó en una de sus recurrentes depresiones, fue socorrida por un débil recuerdo extraído de su infancia, cuando sus padres le aplacaban sus ganas de ser mayor, cantándole:
Si de verdad quieres crecer y no envejecer
nunca vayas deprisa ni tampoco lento
el secreto es ir a la inversa del tiempo
pero nunca deprisa ni tampoco lento
sólo hay que ir a la velocidad del tiempo
para así comenzar a crecer y no envejecer
 
El que acelera el paso descubre la nostalgia
el que se queda en el momento se queda
mas el que decide crecer conservando al niño
avanza hacia atrás recuperando su inicio
y los recuerdos que traspasan el ombligo (bis)…
 
Cuando era niña no le prestaba mucha atención a la letra, sólo se dejaba llevar por la melodía que la hacía sentir arropada por un hogar. Recordaba algo más que la voz cálida de sus padres, recordaba cada uno de los instrumentos que armonizaban la letra; y, envuelta en esas sensaciones, comenzó a sentirse bien, verdaderamente bien. Era como si el recuerdo pasara a ser un presente que la introducía en un espacio donde la tristeza y la rabia estaban prohibidas. No obstante, el hambre y luego el sueño la sacaron de su burbuja, pero la sonrisa se quedó en su rostro.
 
A la mañana siguiente, Eriel se despertó con la firme idea de conseguir esa canción –cruzada que marcó el interés del museo por el diario–. Recorrió todas las discográficas de su ciudad sin éxito, y tampoco lo tuvo al preguntarle a sus amigos y conocidos. A raíz de eso, dejó su trabajo, cogió una mochila y recorrió todos los países hispanohablantes durante unos cuatro años.
 
Debido al desconocimiento de los entendidos, y no entendidos, decidió preguntarle a cualquier desconocido si le sonaba esa canción (Eriel estaba segura de que no era una canción inventada por sus padres, porque recordaba con claridad la música, y ellos no sabían tocar ningún instrumento ni mucho menos componer). Así que Eriel ingenió muchas formas para llegar a la gente y otras tantas para conseguir financiación, que fueron narradas hasta la penúltima página del diario. Coordinó una serie de obras con el Teatro de los Andes para adentrarse en decenas de comunidades recónditas, convenció a Alberto Spinetta y a Mercedes Sosa para realizar actuaciones en varias ciudades y pueblos de Argentina… y montó un centenar de acciones con actores callejeros y músicos de 18 países. Pero ninguna persona le dio lo que buscaba.
 
Al terminar su diario, en el lunes final, Eriel escribió: Convencida de que yo era quien le había puesto instrumentos a esa canción familiar, decidí irme a cualquier parte. Estiré la mano y un autobús amarillo se detuvo. Había un asiento vacío junto a la ventana, al lado de un niño que llevaba un mandil con el nombre Gonzalo bordado en el pecho. El bus comenzó a moverse mientras yo no podía retener las lágrimas de impotencia, de fracaso. Traté de animarme para no llamar la atención y por manía comencé a tararear la melodía de mi canción. Y ese niño, Gonzalo, comenzó a cantar, y le siguió un joven canoso, y después un hombre muy arrugado que estaba delante, y siguieron todos los demás, hasta el chofer. Era hermoso escucharlos…
 
El que acelera el paso descubre la nostalgia
el que se queda en el momento se queda
mas el que decide crecer conservando al niño
avanza hacia atrás recuperando su inicio
y los recuerdos que traspasan el ombligo
 
Si de verdad quieres crecer y no envejecer
recuerda que el juego es el principio de todo
y recuerda que ser parte es el único modo
pero es necesario que recuerdes ante todo
que sin arrugas nunca encontrarás el modo
de retomar las huellas para no envejecer…
 
Y mientras los escuchaba, me di cuenta de que el bus avanzaba marcha atrás...

domingo, 31 de agosto de 2014

El abandono...


La esperanza es lo último que se pierde, nos enseñan cuando somos chicos. Pero al poco tiempo somos conscientes del engaño y nos asimos a la vida aparcando el optimismo irrisorio. Lo que les ocurre a los perros es otra historia. Sólo ellos saben realmente lo que es la esperanza y pueden vivir, pese a ella.
Se estaba yendo con su andar apresurado; se sentaba en el asiento delantero de la camioneta y arrancaba el motor antes de que la puerta se cerrara, como movido por un cercano peligro. Intentó avisarle: ladró durante un buen rato. La cuerda que sujetaba su cuello le impedía seguirle y sus tirones sólo conseguían enrojecer su cuello para convencerla de que no podría soltarse. Se habrá olvidado de mí, pensó. Esperó. Las horas eran como copos de nieve que iban cayendo y amontonando silencio y frío a su alrededor. Niebla miraba el cielo y esperaba; estaba convencida de que Jorge volvería a buscarla. En cuanto llegara a la casa y se acostara en la cama, descubriría que ella faltaba y desandaría el camino para buscarla. Siguió esperando. Pero no volvió.
Una tarde, Niebla vio a un hombre que caminaba hacia ella. Podía ser Jorge, aunque era mucho más alto. Se irguió expectante, pero enseguida volvió a tumbarse decepcionada. El joven se le acercó, liberó su cuello e intentó acariciarla. Primero ella se resistió, como un niño rechazando un dulce que sabe que no es para él. Pero no pudo hacer lo mismo con el agua y la comida que él le ofreció amorosamente. Llevaba ¡quién sabe!, semanas sin probar bocado. Comió apresuradamente; él se quedó a su lado, observándola en silencio mientras canturreaba algo que ella no había escuchado antes.
Cuando terminó de comer, el chico intentó cogerla, pero ella se escurrió entre las plantas. Intentó acercarse de nuevo. Dudó, ¿cómo se iba a ir? ¿qué haría su Jorge sin ella? Se quedó agazapada, lejana, rogando que se fuera, que no deseaba hacerle daño. Se fue, pero volvió uno y otro día. Cada vez que regresaba le traía comida, ella sentía la tentación de irse con él y entonces pensaba en Jorge. Hasta que ya no pudo más: dormir a la intemperie, pasarse las tardes, las mañanas y las noches sola y ver solita las estrellas no era para ella.
Una vida llena de caricias, buena comida y atenciones le esperaba en la casa del muchacho: en compañía de dos gatos y un conejo al que le faltaba una pata. Todos ellos habían sido rescatados de vidas terribles, según pudo enterarse Niebla más tarde. La recibieron como a una más de la familia, sin hacer demasiadas preguntas y pidiéndole muy poco a cambio. Y allí se quedó.
Llevaba ya unos cuántos años viviendo con aquella pandilla. Les había tomado cariño e incluso le gustaba esa vida. Sin embargo, cuando el ruido del motor de una camioneta irrumpía la siesta y se pegaba a las paredes, Niebla se levantaba y olfateaba el ambiente. Después, con la decepción cubriendo sus ojos, volvía a tumbarse nuevamente junto a los gatos: en esa vida que todavía sentía como provisoria, en ese hogar en el que se sentía de paso.

sábado, 30 de agosto de 2014

El arco iris de Relmu...


Los tenía muy diversos: de colores intensos y bellas formas, en lápiz, en acuarela…Todos sus cuadernos se hallaban repletos de arco iris. Y es que a Relmu le fascinaba esta extraña forma colorida que llamaba la atención de todos, atravesando las nubes y estableciendo un lazo entre el cielo y la tierra; y estaba convencida de que era mucho más que un fenómeno óptico.
Pero había algo extraño en los arco iris que Relmu dibujaba: todos ellos carecían del color violeta. Y por mucho que Relmu se esforzara, nunca conseguía incluir este color en sus ilustraciones.
Relmu era una niña fea, de enormes ojos verdes, que casi no le servían si no llevaba las enormes gafas, y un cuerpo que sobrepasaba cuatro veces el de cualquier otra niña de su edad. En el colegio la pasaba realmente mal. No tenía amiguitos y el pasatiempo favorito de sus compañeros de clase era tramar bromas y burlas contra ella. Les resultaba muy divertida su cara roja bañada de lágrimas o su incapacidad para contener la orina cuando se sentía angustiada. Sus cumpleaños los pasaba en la más absoluta soledad, rodeada del cariño de dos padres que no sabían quererla y una abuela malvada que ni siquiera cocinaba bien. No obstante, Relmu tenía un secreto que nadie conocía. Por las noches, cuando todas las luces se apagaban, salía volando por la ventana de su habitación y visitaba mundos maravillosos.
Una noche, su viaje la llevó hasta un gigantesco arco iris. Era la primera vez que visitaba uno y se sentía realmente extasiada. Era una enorme cinta de colores que comenzaba en la línea del horizonte y se perdía poco después de sus ojos, donde su terrible vista no llegaba.
Una mujer de figura desaliñada y un pelo largo y canoso se le acercó. Le dijo que era un hada y Relmu pensó que era el ser más hermoso del universo, siendo técnicamente sumamente fea. Como sabía que el sueño no duraría mucho y quería volver a la realidad con la mayor cantidad de respuestas posibles, decidió hacer todas las preguntas que se le ocurrieran. A veces solo contamos con un sueño para cambiar nuestra realidad.
—¿Por qué no eres hermosa?
—Lo soy.
—Sí, para mí sí, porque veo en tu interior, pero no te pareces…
—La belleza no está en el interior, Relmu. El verdadero secreto de la vida no consiste en aceptarte como eres, sino en dejar de preocuparte de que los demás lo hagan. Debes poder mirarte al espejo sin pensar si eres bonita o fea. Después de todo, la belleza es solo un concepto, como tantos otros, y por lo tanto no tiene ninguna importancia. Si comprendes esto también podrás entender por qué no pintas el color violeta en tus arco iris. Hasta que no aceptes que no eres como las demás y te centres en ser Relmu sin importar lo que te pese, las cosas no cambiarán.
Tardó algunos años en comprenderlo, pero un día lo hizo. Se supo hada: un hada regordeta, de gafas y poco atractivo físico, pero con un inmenso arco iris solo para ella, para cuidar. Y fue capaz de mostrarle a otras personas que un arco iris es mucho más que un espectro producido por el encuentro de la luz con el agua.

viernes, 29 de agosto de 2014

El león afónico...


En un recóndito rincón africano, vivía un león al que sus cuerdas vocales le impedían rugir como sus semejantes. Un defecto de nacimiento, del que nadie estaba enterado, que le obligó a adoptar una actitud mucho más tranquila y sosegada que la del resto de sus congéneres, gracias a la cual se granjeó la amistad de todos los animales de los alrededores.
Un día, su destino se cruzó con el jabalí más cabezón y pesado del mundo. Tan pesado era, que el león deseó fervientemente poder rugir para apartarlo de su lado. Fue tal la sensación que le produjo este inoportuno invitado, que se puso a trabajar en un invento capaz de reproducir el sonido de un rugido. Los meses pasaron y el jabalí regresó para terminar la conversación que creía tener pendiente con el león.
Harto de tantas patrañas, accionó el botón de su máquina, para lanzar el rugido más potente y aterrador jamás escuchado. Un gran rugido, que además de su objetivo, aterrorizó al resto de los habitantes del lugar.
Solo y abandonado por todo el mundo, el león comprendió que para que todo el mundo lo respetara no era necesario rugir. Muy arrepentido por su acción, pidió perdón a todos sus amigos, prometiéndoles que nunca jamás les asustaría con sus rugidos...

jueves, 28 de agosto de 2014

Mirando por la ventana...


Hace mucho tiempo, un  pobre niño, se puso tan enfermo que no tenía fuerzas para poder moverse y tenía que pasar todo su día, metido en la cama. A pesar de que se encontraba en una situación poco agradable, a él lo único que le importaba, es que no podía irse a jugar con sus amigos.
Tal era su tristeza y decaimiento, que comenzó a empeorar de forma visible de su enfermedad. Un buen día, mientras estaba mirando las nubes pasar por la ventana, observó una cosa muy extraña, que se aproximaba hasta el lugar en el que él se encontraba. Esa cosa era, un pingüino que iba merendándose un bocata, que a los pocos minutos desapareció sin dejar rastro. Cuando aún estaba sorprendido por esta singular aparición, apareció un simpático mono inflando globos. Como sabía que nadie iba a creer sus visiones, se las guardó para sí mismo y siguió disfrutando de tan divertida compañía.
Unas semanas después, consiguió recuperarse totalmente y volver con sus queridos compañeros, a los que les contó, todas y cada una de las extrañas visiones que había tenido durante su enfermedad. Mientras todos estaban encantados con sus hazañas, se dio cuenta de que de una de sus mochilas, había algo que le era familiar y que no era otra cosa, que muchos de los disfraces que habían usado para hacerle feliz.

miércoles, 27 de agosto de 2014

El ratón y el toro...


Tras comer una copiosa cantidad de hierba, el Toro sintió que sus parpados le pesaban enormemente y se echó a dormir. Cuando estaba en lo mejor de su sueño, un impertinente ratón, le mordió en una de sus patas con mucha saña.
Muy enfadado por ese ataque sin razón, se levantó rápidamente para perseguir a tan insolente animal. A pesar de que corrió con todas sus fuerzas detrás de su pequeño agresor, no consiguió llegar a tiempo para atraparle. Frustrado ante tal situación, intentó en vano alcanzar al ratoncillo, cavando alrededor de la madriguera.
Tras un rato cavando sin obtener resultados, se quedó nuevamente dormido. Al no escuchar ningún ruido, el ratón salió sigilosamente de su escondrijo y tras buscar el sitio más adecuado, volvió a pegarle otro mordisco al toro.
Sorprendido ante esta situación, se quedó mirando fijamente el agujero y escuchó:
-Crees que por ser tan grande, tienes derecho a hacer lo que te plazca, pero ya es hora de que comiences a respetar un poco más, a los que son más pequeños y menos fuertes que tú.

Nunca subestimes el valor de las pequeñas cosas

martes, 26 de agosto de 2014

La nueva vida de Scarlette...


Mi nombre es Scarlette, tengo 30 años y vivo junto a mi esposo y 2 hijos, mi vida ahora está llena de dicha y felicidad, pero no siempre fue así: Cuando tenía solo 15 años mi vida cambió para siempre. Te relataré los sucesos de mi vida, con la esperanza de que reflexiones un poco sobre la tuya.
Recién acababa de cumplir los 15 años, era hija única por lo que mis padres me trataban como a una reina y me daban todo lo que les pedía. Todos los días iba a divertirme con mis amigas y gastaba muchísimo dinero en las cosas más superficiales e inútiles que te puedas imaginar. Esto continuó durante mucho tiempo hasta que lo peor sucedió: Mis padres fallecieron en un trágico accidente, me quedé sola por completo, sin ningún familiar que pudiera encargarse de mi.
Mis padres no habían anticipado lo que les pasaría ¿Quién podría?, por lo que mi casa y todos los objetos en su interior me fueron despojados y me quedé literalmente en la calle. Tras muchas lágrimas comprendí que no solucionaría nada y me mudé a un barrio muy pobre en el que nunca había estado, pero era lo más que me podía permitir con el poco dinero que tenía.
Tras mucho tiempo de sufrimiento y deudas vi la luz al final del túnel: Conocí a una pequeña familia, muy humilde pero a mayor proporción bondadosa. Ellos me ayudaron en lo que podían, su ayuda cuando lo necesitaba e incluso comían en menor proporción para que yo pudiera satisfacer mi necesidad.
Para no alargar mucho la historia, te cuento que el hijo mayor de la familia tenía un alma bella y bondadosa que terminó enamorándome, nos casamos algunos años después. Lo que quiero que reflexiones es lo siguiente: La mayoría de las veces, la gente que menos recursos tiene, son las que más bien hacen. Le dan más valor a las cosas más importantes, como el amor, la ayuda y la compasión. Creo que en algunas ocasiones te serviría ver la vida de la forma en que ellos la miran...

lunes, 25 de agosto de 2014

El deseo cumplido...


Fabio era un niño que vivía sin preocupaciones. Se pasaba las tardes jugando y riendo y tenía la suerte de tener dos padres que le llenaban de regalos. Desde pequeño, había tenido la habitación llena de juguetes coloridos y caros y casi sin tener que pedirlos. Sus padres se desvivían por él y cada vez que llegaba algo nuevo a la enorme juguetería de la esquina, eran ellos los primeros en adquirirlo, para regalárselo a su pequeño.
Un día Fabio se mostró completamente triste. Por mucho que sus padres intentaron calmar esa agonía con juguetes, chucherías y caricias, no lo consiguieron; y tampoco pudieron conocer las razones que habían hecho que la alegría siempre presente de su hijo hubiera trasmutado en ese hastío.
A la mañana siguiente, Fabio amaneció muy enfermo y debió quedarse en casa todo el día. A la noche, su madre se sentó junto a su cama y le pidió sollozando que le dijera qué le había ocurrido.
El chico le contó que se había encontrado con una anciana que le había ofrecido una semillita que cumplía los deseos a cambio de todos sus juguetes. Le había dicho que en realidad esa mínima gotita de vida valía mucho más que todas sus posesiones. Fabio se le había reído en la cara diciéndole que era niño pero no tonto y se había marchado; pero desde que había ocurrido eso nada le satisfacía: sentía que su vida no valía nada y que todos esos juguetes que antes llenaban su alma, ya no le servían para nada.
Su madre intentó calmarlo y le dijo que no podía ponerse así por una extraña que ni siquiera conocía. “Seguro que intentaba tomarte el pelo“, le dijo. Pero Fabio le contestó que si no la encontraba, nunca más podría reír como antes y esa fiebre no se iría.
Entonces, su madre se puso a buscar a la mujer. Cuando dio con ella se le acercó y le dejó bien claro que, aunque no creía en ella, su hijo quería verla. La anciana accedió a acompañarla y estuvo un rato a solas con Fabio.
Cuando Fabio abrió los ojos se sintió mucho mejor. La fiebre se había ido milagrosamente y se sintió renovado y feliz. Miró hacia todos lados y se vio solo en su habitación: sus juguetes seguían en su lugar, y ni rastros había de la anciana. Llamó a su madre y le dijo que a partir de ese día, cada vez que quisiera regalarle un juguete, lo enviara a uno de los niños de una lista que le entregó. Su madre guardó el papel y abrazó con alegría a su niño.
Sobre la mesa de luz una semilla diminuta comenzaba a abrirse al recibir los primeros tiernos abrazos del sol.